domingo, 17 de enero de 2021

18 de junio, 2019

 Es de noche. Desde mi habitación en el hotel puedo escuchar la gota molesta que cae de la regadera, los autos pasando por esa calle de un solo sentido que está repleta de bares; algunos elegantes y otros de mala muerte, todos mezclados. En la esquina después de las 8:30 p.m. empiezan a llegar una o dos prostitutas, casi todas gordas y bien maquilladas, con la ropa ajustada. 

Después de las 9:30 p.m. la esquina está repleta y una de ellas retiene un auto intentando convencer al conductor o indicándole las tarifas. Hay un puesto de Hot-Dogs enfrente, y quisiera uno, pero es de noche y los borrachos que se asoman por los bares me dan miedo, así que me quedo con las galletas que traigo en el bolso y el té de la tarde que ya está frío. 

Un rato más y me vuelvo para acostarme. El barullo de la calle principal mantiene mi insomnio. Este cuarto no es mío, es del hotel. Me pregunto quién más habrá dormido aquí, qué habrán hecho, ¿mataron a alguien?, aquella mancha rojiza y vieja en la pared me hace pensar que sí, que tal vez estoy en un cuarto donde se cometió un crimen hace muchos años y no hubo el presupuesto suficiente para repintar las paredes beige. Me pregunto si habrán lavado éstas sábanas que me cobijan. 

No puedo más y me levanto a mirar tras la ventana. La ciudad no duerme, sigue dando vueltas. A lo lejos se escuchan ruidos del billar; cuando el palo le pega a la bola, un borracho vomita y de repente hay gritos, un ajetreo de voces que me hace pensar en una riña callejera, algunos perros ladrando, un auto acelerando cuando sube a dos mujeres. Doy un suspiro de cansancio.

Aquí sigo sola en esta ciudad que no es mía, donde no puedo salir después de las siete porque es peligroso para una neófita como yo. Me pone feliz saber que nadie me conoce. Escondida tras la cortina tímidamente, observando cómo es el mundo de noche. Contemplando cómo de repente la esquina se vacía y la policía; con sus luces rojas y azules, llega a un bar para tranquilizar los ánimos. 

Me vuelvo a la cama. Cierro los ojos y descubro que los ruidos pasan a ser parte del hotel, al igual que yo, y es así como finalmente me quedo dormida. 









Domingo

 Domingo. ¿Qué se hace en los domingos? Yo nunca lo he tenido claro. 

Es curioso cómo de niño uno ansiaba este día y ya de adulto no lo quieres. Es un día muy pesado para reflexionar, demasiado tiempo libre que hasta te tardas en levantarte porque tienes miedo de no saber qué hacer, y más cuando está la lluvia y el viento azotando el cristal de la ventana.

Qué pesados son los domingos. No hay escuela, no hay trabajo. Como que Dios te da el día para ser tú mismo y tú no sabes ni quién eres. Y te despiertas con pereza y ves el celular, no hay ningun mensaje de la persona que más esperabas y sabes que no puedes hacerte el tonto porque ya sabes que escribe, pero no a ti.

Que te levantas y el refri está revuelto con las sobras, no se ha ido a la tienda. Entonces un café está bien y regresas a la cama. Qué cansancio que sigo aquí en espera, aquí en el punto muerto llamado domingo, el día muerto, el día que no sé qué hacer y que me genera ansiedad porque es la calma que antecede la tormenta del fatídico inicio de semana donde no sabes lo que te espera, esa ansiedad que no deja estar en paz porque la vida no va tan bien como quisieras. 

¿Qué demonios se hace los domingos?

Yo nunca lo tendré claro.

31 de marzo, 2019.